Don Juan Tenorio es un drama religioso-fantástico en dos partes publicado en 1844 por José Zorrilla. Constituye una de las dos principales materializaciones literarias en lengua española del mito de Don Juan. Un año más, y siguiendo la tradición se representa en los teatros españoles el "Don Juan Tenorio", coincidiendo con las cercanías del Día de Todos los Santos. A pesar de todo lo que sucede a lo largo de la historia, el protagonista de la historia acaba finalmente absuelto y admitido en el cielo gracias al amor de una mujer.
Una historia que, en época de Zorrilla, pasó bastante desapercibida y que ha sido con el transcurso de los años cuando ha ido adquiriendo su fama.
Tuve la enorme satisfacción de asistir, el pasado mes de enero, en –El Gran Teatro de Córdoba- a la representación de dicha obra; llevada a cabo por la compañía cordobesa de teatro clásico – Teatro Par-. Los actores encargados de dar vida a, Don Juan y a Doña Inés, fueron: Álvaro Barrios y Belén Benítez
El montaje se ajustó al tradicional concebido por Zorrilla. La estética escenografía, la extensa variedad en cuanto a vestuario y el cuidado juego de luces, cumplieron con creces la sensación de estar paseando por todos y cada uno de los escenarios representados. Y por supuesto, la magistral interpretación actoral llegando a congregar por momentos a más de veinte actores, hicieron de la obra un deleite. Dicen que para un actor de teatro, la mejor prueba de su buen hacer es la ovación de público. En este caso fue larga, unánime, y clamorosa. Felicidades desde aquí a esta compañía cordobesa, que no me cabe duda seguirá cosechando triunfos y ovaciones allá donde vayan.
Quedémonos pues, con
Don Juan, y Doña Inés.
Un truhán salvado al final,
por el amor de una mujer.
¿No es verdad, angel de amor?
1ª parte (acto cuarto)
DON JUAN.
Que os hallabais
bajo mi amparo segura,
y el aura del campo pura,
libre, por fin, respirabais.
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de
amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí. bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
DOÑA INÉS.
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo
imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
DON JUAN.
¡Alma mía! Esa palabra
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí:
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él quizás
No; el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal,
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso voraz.
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí; iré mi orgullo a postrar
ante el buen comendador,
y o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar,
Nota: La escultura de Don Juan Tenorio que acompaña esta entrada, está situada en la Plaza de Refinadores, en el barrio de Santa Cruz. (Sevilla)
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