Vivimos inmersos en la
sociedad del rendimiento y la hiperactividad. ¿Resultado? Ansiedad.
Debemos
distinguir entre lo importante, lo urgente y lo eliminable
Empecemos con un cuento. El de La
Cenicienta. Pero no nos fijaremos ni en el zapato de cristal, ni en la
calabaza que se convierte en carruaje, ni en el príncipe azul. Vamos a poner
nuestra atención en la cantidad de tareas que debe hacer Cenicienta antes de ir
al baile. Fregar, limpiar, planchar, ordenar, cocinar y volver a fregar,
limpiar, ordenar… Lógicamente, cuando llega la hora de ir al baile, que es lo
que realmente le hace ilusión y lo que de verdad cambiará su vida, está tan
cansada que necesita la mágica ayuda del Hada Madrina para conseguirlo. Sin
ella, Cenicienta se hubiera quedado en casa, cansada y pensando con ansiedad en
todo lo que aún le queda por hacer y en todo aquello para lo que no tendrá
tiempo.
Pues bien, nosotros no somos muy
diferentes a ella. Antes de poder asistir a nuestros bailes, es decir, a
aquello que realmente nos hace ilusión, nos motiva y quién sabe si también
puede cambiar nuestras vidas, nos vemos inmersos en un sinfín de quehaceres: la
casa perfectamente ordenada, la lavadora tendida, el niño apuntado a cuatro
actividades extraescolares; hay que ser, por supuesto, tremendamente
productivos en nuestros trabajos, excelentes e imaginativos amantes con una
vida social rica, activa y variada… y tener actualizado Facebook. ¡Ah!, y sería
bueno comer cinco piezas de fruta al día y correr diez kilómetros y no tener
ojeras y… Hacer, hacer y hacer. Al final de nuestro cuento, lo que sucede es
que el baile siempre queda relegado a mañana, a “cuando acabe esto…”. Y así
pasan los días.
Primero, lo primero”
Stephen Covey
Como mínimo, Cenicienta tiene una
excusa, o dos. Las malvadas hermanastras la obligan y la maltratan. Una fuerza
externa la presiona, somete y explota. Pero hoy las hermanastras somos nosotros
mismos. Byung-Chul Han, en su célebre libro La sociedad del cansancio,
nos advierte de que vivimos en una sociedad de gimnasios, torres de oficinas,
bancos, aviones y laboratorios genéticos. Es decir, en la sociedad del
rendimiento, del multitasking (multitarea). Y una de las características
de esta sociedad es que el individuo se autoexplota con la coartada de la
obligación. Tenemos a las hermanastras dentro, diciéndonos todo aquello que
debemos hacer en una continua y excéntrica carrera en espiral. Porque hoy el
único pecado es no hacer nada. Hasta los momentos de ocio o los periodos de
vacaciones se han convertido en una conjunción inagotable de tareas que nos
dejan más cansados que cuando empezamos. Además, como señala el filósofo surcoreano, al no haber un explotador
externo al que podamos enfrentarnos y oponernos con un rotundo ¡no!, la lucha
resulta más complicada. Sin embargo, también es verdad que basta con querer
para vencer a las dos hermanastras que nos tiranizan y desatar la magia del
Hada Madrina que llevamos dentro.
Admitamos pues que nos rodea: el afán de
productividad, que quien más quien menos se deja seducir por esas insoportables
apps que nos alertan de todo aquello que nos queda por hacer. O por las
libretas preparadas para que podamos hacer listas que cumplir. O por libros que
nos explican cómo hacerlo todo, cómo llegar a todas partes y que el tiempo nos
cunda más. Pero llega el momento de abandonar esa locura, porque en el fondo, y
paradójicamente, no hay nada menos productivo que el afán de productividad.
Byung-Chul Han asegura que el multitasking nos conduce a un estado de
atención superficial y debemos tener en cuenta que los logros de la humanidad
se deben a una atención profunda y contemplativa. Así, también nuestros logros dependen de
saber poner el foco y la atención en aquellas cosas importantes, en los bailes
que merecen la pena. Y para ello vamos a atacar al enemigo con sus mismas armas
y confeccionar una lista, pero inteligente, que nos sirva a nosotros y no que
acabemos nosotros sirviéndola a ella. ¿Cómo?
El baile, en primer lugar. Hay
que darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para “cuando acabe todo
esto”. Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros mismos. Empezar el día
dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien. Imaginemos un tipo que
tiene que escribir un artículo y antes de empezar, sin embargo, lee los correos
pendientes, atiende las alertas de las redes sociales y contesta un par de whatsapps.
¿Resultado? El baile, en primer lugar. Hay
que darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para “cuando acabe todo
esto”. Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros mismos. Empezar el día
dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien. Imaginemos un tipo que
tiene que escribir un artículo y antes de empezar, sin embargo, lee los correos
pendientes, atiende las alertas de las redes sociales y contesta un par de whatsapps.
¿Resultado? Cansancio antes de empezar.
Cenicienta
bien puede ir al baile y dejar esas otras cosas que requieren menos brillantez
para después. Bien, ¿y qué hacemos con todo lo demás?
Porque está claro que hay cosas que no podemos simplemente dejarlas de lado.
¿Cómo hacer entonces? Ayudará dividir el registro de tareas en tres grandes
grupos.
Cosas que afrontar. Lo que tengamos que
hacer, hagámoslo. Una vez hayamos ido al baile, no dejemos que esas otras cosas
que volverán a aparecer tarde o temprano revoloteen por nuestra cabeza. Por
ejemplo, una llamada incómoda que vamos postergando. ¡Son tres minutos! Pero si
seguimos retrasándola, en lugar de 180 segundos llegará a durar seis meses en
nuestra cabeza.
Cosas que organizar. No hace falta que
carguemos con todo. Podemos delegar, pedir ayuda, repartir tareas, conseguir
que ciertas cosas se realicen sin que recaigan en nosotros.
Cosas que no hacer. Seguro que en esta
lista hay muchos elementos que realmente no son necesarios. Que se pueden
eliminar directamente y, de esta manera, liberar espacio. Cada uno debe decidir
cuáles. Pero es importante que nos demos cuenta de que en este punto radica la
primera gran victoria personal para olvidarnos de la vorágine de la
hiperactividad sin sentido. Renunciar a todo aquello que ni nos aporta ni es
estrictamente necesario. Saber qué es lo que no hay que realizar es tan
importante como ponerse manos a la obra con aquello que sí lo es.
Los grandes bailarines no son geniales por su técnica.
Son geniales por su pasión”
Martha Graham
Una vez hemos conseguido dejar de correr en esa espiral del día a día
fruto de esta sociedad de la multitarea, es el momento de empezar a bailar. Y
lo más importante es descubrir cuál es nuestra música. Qué nos hace felices.
Qué es lo que realmente nos importa. Sir Ken Robinson lo llama el elemento, y
nos asegura que “descubrir el elemento es recuperar capacidades sorprendentes
en nuestro interior, y desarrollarlo dará un giro radical no solo al entorno
laboral, sino también a las relaciones y, en definitiva, a la vida”. La buena
noticia es que todos estamos invitados a un baile en el que seremos
protagonistas. Algunos lo conocen ya y solamente deberán mantener a raya a las
dos hermanastras. Otros, por el contrario, aún no lo han descubierto y deberán
mirar en su interior, porque allí está, esperando a que lo saquen a bailar.
Si
la respuesta a estas tres preguntas es afirmativa, es que ya lo hemos
encontrado:
¿Tenemos ganas de bailar? Si no nos da pereza,
si siempre que pensamos en ello nos crece un hormigueo, si cuando estamos
desarrollando esa actividad, aunque no sea todas las veces que quisiéramos, lo afrontamos con ganas y
dedicación. Si la contestación es sí, atentos, porque puede ser que este sea
nuestro elemento. El baile que nos está esperando.
¿Se detiene el tiempo? A pesar de las advertencias del
Hada Madrina, Cenicienta está tan encantada en el baile que pierde la
percepción del tiempo. Le dan las doce de la noche sin que se dé ni cuenta.
Solo las campanadas del reloj la pueden sacar del estado de flow en el que ha
caído, el verdadero hechizo cotidiano, y que se caracteriza porque enfocamos
nuestra energía y sentimos una implicación total en la tarea, tal como lo
definió Mihály Csíkszentmihályi en 1975. Si aquí la respuesta es que sí, seguro
que ese es el baile que andamos buscando.
¿Se activará la magia? La magia no es otra cosa que la
pasión. Y la pasión es el motor de la grandeza, la autorrealización y la
maestría. Si descubrimos aquello que nos apasiona, seremos capaces de focalizar
nuestra energía en ello y descubrir que Platón estaba en lo cierto cuando
afirmaba que “todas las cosas serán producidas en superior cantidad y calidad,
y con mayor facilidad, cuando cada hombre trabaje en una sola ocupación, de
acuerdo con sus dones naturales, y en el momento adecuado, sin inmiscuirse en
nada más”
Libros
La sociedad del cansancio
Byung-Chul Han (Herder Editorial)
El filósofo reflexiona sobre cómo el exceso de positividad nos está conduciendo a una sociedad del cansancio, que produce agotados, fracasados y depresivos. Han también nos da las claves para combatirlo.
Byung-Chul Han (Herder Editorial)
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Los cuentos de hadas
clásicos anotados
Maria Tatar (Crítica)
Podemos repasar aquellos cuentos con los que crecimos y que, ahora, pueden ayudarnos a seguir creciendo.
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Manual de limpieza de un
monje budista
Keisuke Matsumoto (Duomo Ediciones)
Podremos transformar las tareas del hogar en un ejercicio espiritual.
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