Ya se acerca la vendimia,
ya nos adentramos en Septiembre,
el verano se está acabando
aunque el sol aún pegue fuerte,
aunque aún deambulen bañistas
y las calles se inunden de gente.
Las uvas ya están maduras,
a punto de ser cortadas
con fríos filos de navajas,
serán recogidas por manos
sudorosas, pringoteadas,
pegajosas por el jugo
de la fruta acristalada.
En los comercios de mi pueblo,
en los puestecillos de la plaza,
los mozos comprarán navajas,
el canastillo de esparto,
el sombrerito de palma,
para tener todo a punto
para mañana
Al día siguiente, con el alba,
en los albores de la mañana,
el pueblo entero despierta
para iniciar la jornada,
mujeres que compran el pan caliente
y jornaleros que pasan,
hombres que van al viñedo
al despuntar la mañana.
Largas hileras de cepas esperan,
verdosas, estáticas, racimadas,
con sus hojas humedecidas por el rocío,
a punto de ser vendimiadas.
Al llegar el mediodía,
el sol castiga los campos,
y a los que trabajan la tierra
les apuñala con sus rayos,
haciendo más duro el trabajo.
Por la tarde,
cuando el sol está muy bajo,
cuando la brisa zamarrea las parras,
el jornalero cansado, sucio, abatido,
aunque satisfecho, regresa a casa.
Al atardecer,
cuando la noche abraza las casas,
los viejos se sientan en la puerta
para afilar las navajas,
mientras los mozos piropean
a las muchachas,
mientras los niños juegan y ríen,
a carcajadas.
Por la noche, bajo la luna,
el pueblo entero descansa,
aguardando un nuevo día
para iniciar la jornada.
José Manuel Monje Alvarez (Sanlucar de Barrameda)
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