Hay ventanales que se asoman a patios interiores, a los del vecino de enfrente. Se asoman a gigantes de hormigón y acero, tan fríos como insustanciales. A laberintos de asfalto en los que encontrar la dirección correcta es toda una odisea. A callejones umbrosos en los que el astro sol tiene prohibida la entrada. Y hay otros, como los de Stephen John Darbisihre, pintor británico, que se asoman a paisajes de ensueño: a verdes praderas, a frondosos bosques, a extensos lagos de aguas mansas, a ríos que serpentean entre arboledas flanqueados por cadenas montañosas. Se asoman a la noche, al día. Al crudo invierno y a la florida primavera. A la canícula y al ocre otoño. Se asoman a la naturaleza...
...a parajes en los que el tiempo parace haberse detenido.
Ventanales junto a los que es un placer sentarse y disfrutar con la lectura de un buen libro y saborear un delicioso café, un té, o una agradable infusión de canela.
3 comentarios:
Yo, si pudiera, abriría un ventanal que diese al mar, a un lugar donde los vecinos fuesen gaviotas suspendidas en el aire, a donde las farolas fuesen las luces de los barcos pescando y las estrellas. Ay... si yo puediera.
Ya me gustaría abrir mi ventanal y poder disfrutar de esos paisajes que nos enseña,
bonito post
gracias por leerme en mi blog
Gracias por visitarme y por dejar vuestras palabras, siempre bien recibidas. Un abrazo.
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